lunes, 31 de diciembre de 2007

Violette Leduc




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La quiebra. Estar en quiebra. A los quince años yo leía las lista de quiebras. Mi lectura, una cacería del fracaso. Siempre he hurgado en los diarios de provincia.
1944 ¿Es que estoy en quiebra? ¿Estaré en quiebra? Las estaciones han volado en relámpagos, los caminos son trabajos, mi dinero duerme en mi valija, una gran ciudad va organizarse, me rechazará. Estoy clavada, mi quiebra es inevitable. Las balas silban por encima de los techos. Refugiada en un departamento, en el muelle Malaquais, me acurruco en una buena bañera vacía. Los revólveres se callan, yo espío, de pie en la bañera, la monto, entreabro la ventana del lado de la calle Bonaparte, me asomo, espío. Si me asomo demasiado por la ventana me matarán. No, no espío. Miro los cascos y las bolsas de arena, busco a París más allá de las barricadas, junto a su río. París esta vacío, es altanero. Un árbol se somete, un árbol nos observa con todas sus hojas, es verano. Un chasquido. Es la muerte, sólo una ráfaga. Cierro la ventana, vuelvo a la bañera, me siento, apoyo la frente en las rodillas. Ni un amigo, Ni una amiga mientras los revólveres tienen sus crisis de rabia. Tengo miedo, mis lágrimas caen en la bañera. Súbitamente, el silencio. Salgo de la bañera, troto hasta la ventana, la entreabro, me asomo, me asomo. Dos camilleros llevan a un muerto en una camilla. La mano ha caído, todavía está caliente, es blanda, las botas bostezan, una manta terroza cubre el cuerpo, la cara. Un muerto. Es el primero que veo. Los camilleros son rutinarios, parecen distraídos. Oigo el silbido. Un revólver, un solitario, reanima el combate, el muerto es arrastrado más lejos. Cierro la ventana, me acurruco en la bañera, lejos de mi valija, lejos de mi dinero.

Los revólveres se calman, salimos a la calle, me reintegro a mi domicilio.


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Aquí estoy descorazonada antes de contar. La primavera en París me crucifica. Me marchito en todo lo que sale de la tierra. Domingo de primavera, París corteja a los transeúntes. Nuestro sol, brazo blanco de un metalúrgico sobre un banco. La tropilla girará a las dos, lindo sol en un medallón, lindo bigotes engominados de un enamorado de tarjeta postal, esa rosa, ese ruiseñor le hablarán de mi amor, sol corrido ante la puerta del subterráneo, nudos, cuerdas, grillos, sapos en mis entrañas, son mis muertos, son los muertos de ustedes, no quieren salir, el invierno será otra vez un gigante, ese gigante volverá a poner la mejilla contra la mía. Soy vieja, atraigo al invierno. Si enero me cubre de nieve, de ganizo, de helada, mis cabellos blanquearán con menos rapidez...


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He contado cómo yo había el nombre de Simone de Beauvoir, el título de su novela, L´Invitée, en el escritorio de un funcionario. Él puso el libro entre mis manos. Fue más que una emoción. Yo leía, releía el nombre, el título: una mujer escribía en lugar de millones de mujeres, como si todas la mujeres fueran capaces de escribir. Yo leía, releía el nombre de Simone de Beauvoir, me acuerdo del mar a la una, del sol, de la cresta de las olas. El nombre y el apellido en letra imprenta estaban cerca y lejos como el mar a la una, mientras los autóctonos almorzaban crústaceos. Busco con frecuencia el perfurme del incienso. Es fúnebre, es íntegro. Yo leía el nombre y el apellido sobre la tapa del libro, respiraba el incienso.

2 comentarios:

Adriana Requena Durán dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Adriana Requena Durán dijo...

No conocía a esta escritora hasta ayer por una amiga que recomendó la película de Provost sobre ella y Simone Beauvoir. He leído algunos frangmentos de su obra "La locura ante todo" y realmente es muy original, huele a genialidad. Gracias por rescatar su obra.