martes, 16 de agosto de 2011

Lêdo Ivo


Vals fúnebre de Hermengarda

Heme junto a tu sepultura, Hermengarda,
para llorar tu carne pobre y pura que ninguno de nosotros vio podrir.

Otros vendrían lúcidos y enlutados,
pero yo vengo bebido.

Y si esa mañana encontraran las cruz de tu tumba
tirada al suelo, no fue la noche, Hermengarda
ni fue el viento.
Fui yo.

Quise resguardar mi embriaguez en tu cruz
y caía al suelo donde reposas
cubierta de margaritas, aunque tristes.

Heme junto a tu tumba, Hermengarda,
para llorar nuestro amor de siempre.
No es la noche, Hermengarda, ni es el viento
Soy yo.


La rutina de la noche

Mi corazón es un secreto.
Con el oído pegado a mi pecho, percibes
el misterio que muestra el sueño de estar conmigo.
Mar perpendicular, la vida jamás duerme
ni aun cuando el sol viene a beber mi sombra.

Oyes mi corazón latir
como un golpe en la puerta, el grito en la atmósfera.
Así golpean la noche los corazones de los hombres.
El amor viene a apagar los recuerdos del día
y el mundo se reduce al cuarto donde amas.


La ventana sin sesgo

Lo que los aviadores ven
a tres mil metros de altura
los que los mineros ven
derribando árboles de cristal
lo que los buzos ven
dentro del mar, pisando la tierra como quien pisa una flor,
lo que el ciego ve cuando está caminando
lo que los niños creen ver durmiendo
lo que los sonámbulos ven, ante una fuente goteando,
lo que se ve cuando el amor es un abrazo
lo que se ve y no se ve
es lo que estoy viendo ahora
como si en tu mano hubiera una moneda
de corona escondida
y en el cielo el lado oculto de los planetas se revelara.

Veo el mundo con los ojos heridos por las estrellas
y los pulsos quemados por las estaciones.
En el cuarto donde duermo, oigo el rumor
de antípodas despiertos
y trópicos resbalan, perpendicularmente, sobre mis
párpados
cuando apenas nace el sol en mi sueño.

Duermo en el centro del universo y mi inocencia
es enorme
Como el joven amante esclavizado a la hidráulica
de un cuerpo desnudo
asisto al movimiento de las estrellas y a la incursión
de las nubes
y mi espíritu festeja en un mundo infinito, que jamás
se inició y jamás terminará,
este mundo que visto de noche es al universo, polvo
como un día que llorara en el hombro de los siglos.

Lo que los vivos ven y no olvidan
lo que todo hombre recuerda, la vida entera,
es lo que estoy viendo en este instante.


Extraído de "El silencio de las constelaciones ocultas. Antología Bilingüe", traducción y selección de Nidia Hernández, Monte Ávila editores, Caracas - Venezuela, 2011.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por publicar estos poemas. Saludos cordiales, Nidia Hernández

Anónimo dijo...