martes, 13 de octubre de 2009

David Foster Wallace




Discurso a los graduados del Kenyon College promoción del 2005


Ahí tienes dos peces muy jóvenes nadando en el océano cuando se topan con un pez ya de la tercera edad. El anciano los saluda amablemente: “Buenos días chicos, ¿qué tal el agua?” Los dos amigos continúan nadando en silencio durante un rato hasta que uno de ellos se atreve a preguntarle a su amigo “¿Qué demonios es el agua?” Éste es un requerimiento estándar de los discursos de graduación, el despliegue de la parábola didáctica introductoria. El asunto de la historia resulta ser una de las mejores convenciones del género, pero si les preocupa que me presente aquí como el pez anciano explicándoles a los jóvenes el significado del agua por favor no lo hagan. No soy el pez sabio. El punto de la historia del pez es sencillamente que las realidades más obvias e importantes son frecuentemente las más difíciles de ver y discutir. El anuncio previo parece ser sólo un tópico banal, pero el hecho es que en la trinchera del día a día en la existencia adulta, los tópicos banales pueden tener una importancia de vida o muerte. O eso desearía sugerirles a ustedes en esta adorable y seca mañana. Hablemos del más difundido cliché del discurso de graduación repetido una y otra vez en tribunas como ésta: una educación no es sólo llenar sus cabezas con conocimiento sino enseñarles a pensar. Si son estudiantes como yo lo fui, nunca les ha gustado oír esto, y hasta les parece insultante la idea de que necesitan que alguien les enseñe a pensar. Sin embargo, yo voy a plantearles que este cliché resulta no ser insultante en lo más mínimo, ya que una educación realmente significativa no tiene mucho que ver con enseñarles a pensar, pero tiene todo que ver con enseñarles a escoger en qué pensar.
Si su completa libertad de pensamiento les parece demasiado obvia para desperdiciar el tiempo discutiéndola, les pido que piensen en la historia de los peces y que ignoren por solo unos minutos su escepticismo acerca del valor de lo obvio. El punto es que yo pienso que enseñarles a escoger sus pensamientos es algo realmente importante. Ser sólo un poco menos arrogantes. Tener al menos un poco de conciencia acerca de su persona y sus certezas. Se sorprenderían si supieran que la gran mayoría de las cosas de las que tendemos a estar automáticamente seguros están totalmente equivocadas y son psicóticas. Yo he aprendido esto por el camino largo, y creo que desgraciadamente ustedes lo harán así también. Aquí hay sólo un ejemplo de la equivocación total acerca de algo sobre lo que tiendo a estar automáticamente seguro: todo en mi experiencia propia e inmediata refuerza mi profunda creencia de que yo soy el absoluto centro del universo; la persona más real y vívida en existencia. Nunca pensamos acerca de esta natural egocentricidad porque es socialmente repulsiva. Es nuestra configuración de fábrica, impresa en nuestros instructivos desde el nacimiento. Piénsenlo, nadie aquí ha tenido una sola experiencia en la que no sea el absoluto centro. El mundo como lo vivencian está ahí en frente de ti o atrás de ti, a tu derecha o a tu izquierda, en tu tele o tu monitor. Los pensamientos y sentimientos de las demás personas te tienen que ser comunicados de alguna manera, mientras que los tuyos son tan inmediatos, urgentes, reales. Por favor no se preocupen, no estoy preparándome para sermonearlos acerca de la compasión, caridad o alguna otra de esas cosas denominadas virtudes. Esto no es una cuestión de virtuosidad. Es una cuestión acerca de mi elección de hacer el trabajo para librarme de mi configuración de fábrica que me hace tan profundamente egocéntrico, que hace que interprete todo a través de la lente del yo.
Probablemente lo más peligroso de una educación académica -por lo menos en mi caso- es que me permite y alienta la tendencia a sobreintelectualizar las cosas. Me ayuda a perderme en argumentos abstractos dentro de mi cabeza, en vez de simplemente poner atención a lo que está sucediendo en frente de mí. Estoy seguro que todos aquí saben que es extremadamente difícil mantenerse alerta y atento, en vez de sucumbir a la hipnosis del constante monólogo dentro de uno mismo. Es por esto que aprender a pensar significa aprender a ejercer algún control sobre cómo y en qué pensamos. Significa estar suficientemente conscientes y alertas para escoger en qué ponemos atención y escoger cómo construir significado a partir de la experiencia.
Piensen en el viejo cliché que dice que la mente es un excelente siervo pero un amo muy tirano. Éste, como la mayoría de los clichés, tan aburridos y rancios en la superficie, expresa una gran verdad. No es coincidencia que los adultos que cometen suicidio casi siempre lo hacen disparándose en la cabeza. Matan al terrible amo, y la verdad es que la mayoría de estos suicidas ya estaban muertos mucho antes de jalar el gatillo.
Esto es lo que verdaderamente debe darles su educación, alguna clave de cómo ir por su cómoda, próspera y respetable vida adulta sin estar inconscientes, sin ser un esclavo de su cabeza y de su configuración de fábrica de estar completa y únicamente solos todos los días. Hay una gran parte de la vida adulta que nadie menciona en estos discursos: ésta parte involucra el aburrimiento, la rutina y las pequeñas frustraciones que se acumulan todos los días. A manera de ejemplo, digamos que están en un día común y corriente de sus futuras vidas adultas. Se levantan por la mañana para ir a su desafiante trabajo de oficina y trabajan duro durante ocho horas, al final del día están cansados y estresados y lo único que quieren es ir a casa, cenar rico ver la televisión un rato y dormir. Es justo ahí cuando recuerdan que no hay comida en su casa. Tienen que ir al supermercado a la hora pico, con el tráfico correspondiente. Después de una hora llegan al supermercado, para encontrarlo realmente atascado, porque obviamente, todos los demás oficinistas se encuentran en la misma situación que ustedes. La tienda está horriblemente iluminada y la música ambiente apesta, es más o menos el último lugar donde querrían estar en ese momento, pero no pueden simplemente entrar y salir, tienen que buscar las cosas con el estorboso carrito y maniobrarlo para evitar a los otros oficinistas enfadados en la misma situación. Finalmente logran poner todo lo necesario en el carrito y se dirigen a la salida sólo para darse cuenta de que no hay suficientes cajas y la fila está terriblemente larga: esto los hace sentir frustrados y furiosos. Pero no pueden sacar su frustración con la apurada señorita de la caja, que está siendo explotada en un trabajo cuyo tedio diario y falta de sentido sobrepasa la imaginación de cualquiera de nosotros, aquí, en una prestigiosa universidad. Finalmente, logran contener el impulso de gritarle a la señorita, pagan sus cosas, reciben un automático y frío “que tenga un buen día” y salen del supermercado. Esto es solo para encontrarse con el tráfico de salida. Tienen que sacar su carrito chueco, poner la comida en el coche y enfrentarse al horroroso tráfico de la ciudad, lleno de 4x4, bocinazos, embotellamientos, etc.
Todos aquí han hecho esto, pero no ha sido aún parte de su rutina diaria, día tras semana tras mes tras año. Pero pronto lo será. Esto y muchas otras rutinas hórridas, irritantes y aparentemente sin sentido. Pero ese no es el punto. El punto es que una pequeña frustrante rutina como ésta es exactamente donde ejercemos nuestra elección de en qué pensar. Porque las
largas filas y el tráfico me dan tiempo de pensar y si no hago las elecciones correctas acerca de qué pensar, terminaré enojado y miserable cada vez que tenga que ir al súper. Porque mi configuración natural es la certeza de que estas situaciones tienen su centro en mí. Se tratan de mi hambre y mi cansancio y mi deseo de llegar a casa, y el resto del mundo solo está en mi camino. Los veo pensando en lo estúpidos que se ven, tan repulsivos, gordos,
mórbidos e inhumanos, y pienso en lo irritante que es cuando hablan alto por su celular. Y piensen cuan profunda y personalmente injusto es esto. Claro, también puedo estar en mi configuración “educada” y socialmente responsable, en cuyo caso paso mi tiempo pensando, en el embotellamiento, acerca de lo irresponsable que es comprar grandes camionetas que contaminan egoístamente y consumen grandes cantidades de combustible. También puedo pensar en el hecho de que los coches con estampas religiosas siempre parecen estar en los más grandes y desagradables vehículos, manejados por los más desconsiderados y agresivos conductores. Pueden pensar en cómo los hijos de nuestros hijos nos odiarán por desperdiciar todo el combustible y acabar con el medio ambiente y cómo la sociedad actual apesta...y la lista sigue. Si escojo pensar de esta manera en la autopista y en el supermercado, bien por mí. La verdad es que muchos de nosotros lo hacemos. Excepto que pensar así tiende a ser tan automático que no tiene que ser una elección. Es sólo el resultado de operar bajo la creencia inconsciente de que yo soy el centro del mundo. La cosa es que, por supuesto, hay otras maneras completamente diferentes de pensar en estas situaciones. Puedo elegir pensar que esa gran camioneta Hummer que acaba de meterse en mi camino está manejada por un padre llevando al hospital a su hijo y probablemente yo soy el que estoy en su camino. Puedo pensar que la 4x4 que contamina frente a mí fue comprada por su dueña después de un horrible accidente de coche y fue adquirida solamente porque tienden a ser más seguras. También puedo escoger, forzarme a pensar, que todas las otras personas en el súper están igual de cansadas y frustradas que yo y todas quieren llegar a casa lo más pronto posible, o recordar que probablemente muchas de estas personas tienen trabajos más tediosos y frustrantes que el mío. Esta manera de pensar es difícil, requiere voluntad y esfuerzo, y si son algo como yo, algunos días simplemente no podrán hacerlo. Pero la mayoría de los días, si están suficientemente conscientes para darse a sí mismos la posibilidad de elegir, pueden escoger ver a la señora gorda y llena de maquillaje que le acaba de gritar a su hijo con otros ojos. A lo mejor nunca le grita a su hijo, tal vez el niño se lo merezca, y existe una posibilidad de que lleve tres noches sin dormir porque estuvo teniendo la mano de su esposo que está muriendo de cáncer de huesos y simplemente necesite descargar su frustración. Tal vez, esta señora es la burócrata mal pagada que trabaja en Hacienda y que ayudó ayer a tu esposa a resolver un problema tedioso y burocrático. Claro, nada de esto es probable, pero tampoco es imposible. Sólo depende de lo que quieras considerar. Si están completamente seguros de que saben cuál es la realidad entonces probablemente no consideren este tipo de posibilidades, pero si aprenden a poner atención, sabrán que hay otras opciones. Ninguna percepción es necesariamente cierta, lo único que es Verdadero con mayúscula es que ustedes deciden cómo van a intentar verla. Esto, yo propongo, es la libertad de la verdadera educación, la libertad de aprender cómo estar bien ajustados. Ustedes tienen que decidir qué tiene significado y qué no significa nada. Ustedes deciden qué idolatrar. Aquí hay otra cosa que también es verdadera. En el día a día de la vida adulta no existe tal cosa como el ateísmo. No existe algo como no idolatrar nada. Todos idolatramos. Podemos escoger qué, pero el acto de adoración es inevitable. Lo más convincente acerca de idolatrar a alguna deidad religiosa, sea Jesucristo o Allah, es que casi cualquier otra cosa que adoren los comerá vivos. Si idolatran el dinero, si eso le da sentido a su vida, entonces nunca tendrán suficiente. Idolatren su cuerpo y la belleza y siempre se sentirán feos, y cuando el tiempo y la edad causen sus estragos morirán un millón de muertes antes de su funeral. En cierto nivel todos sabemos esto ya está codificado en mitos, proverbios, clichés, epigramas y parábolas; el esqueleto de cualquier gran historia. El truco está en mantener la verdad en nuestra conciencia día a día. Idolatren el poder y se sentirán débiles y asustados. Adoren al intelecto y se sentirán estúpidos y fraudulentos, siempre a punto de ser descubiertos. Pero lo más alarmante de estas formas de culto no es que son malas o pecaminosas, sino que son inconscientes. Son configuraciones de fábrica. Son el tipo de cultos en los que caemos gradualmente cada día, volviéndonos más y más selectivos acerca de qué vemos y cómo medimos el significado, sin estar nunca conscientes de lo que estamos haciendo. Recuerden que hay muchos tipos de libertad, pero el mundo jamás les hablará de la libertad más preciada. Les hablará de la libertad de ser los reyes de nuestro pequeño mundo (del tamaño de un cráneo, para ser exactos), solos en el centro de toda la creación.
La verdadera libertad no tiene nada que ver con eso y tiene mucho que ver con la atención, la conciencia y la disciplina, pero sobre todo con la habilidad de preocuparnos por las demás personas y de sacrificarnos por ellos una y otra vez en miles de maneras pequeñas y poco sexys. Esta es la verdadera libertad y su alternativa es la inconsciencia. Para obtenerla podemos empezar por recordarnos una y otra vez:
Esto es agua
Esto es agua
Esto es agua
Es inimaginablemente difícil lograr esto que propongo, mantenernos conscientes y vivos en el día a día del mundo adulto, lo que implica que otro gran cliché se torna verdadero: vuestra educación es realmente el trabajo de una vida. Y comienza ahora. Les deseo toda la suerte del mundo.

Extraído de Métrica revista de cultura & ocio # 12. Mar del Plata /año 02/ abril 2009

1 comentario:

clst_dstf dijo...

hola lowis y hola tetitas =)